Bajé los ojos, observé sus manos, estaban llenas de arrugas y despigmentadas.
Entonces empezó a decir:
Entonces empezó a decir:
"Ya
estoy vieja. Cuando tenía tu edad caminaba por las chacras y corría
hacia el monte a pastear mis ovejas. Hoy solo puedo barrer la vereda de mi casa sin hacer mucho esfuerzo, me duelen los pies, cada vez que camino siento que tuviera cuchillos"
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| Herta Scarascia |
No pude decir nada. Cuando no tengo palabras en mente solo atino a sonreír.
En ese llegó el hombre vestido de blanco muy sonriente.
Se colocó los guantes y dijo:
Se colocó los guantes y dijo:
"Nada de esto dolerá"
Fue
ahí donde pude comprender al menos un poco el porqué de su lamento y tristeza.
El hombre de blanco toco suavemente los pies, los masajeó como si un ángel tocara a
un bebé con los pétalos de una margarita.
Volteé el rostro hacia la derecha y empecé a ver en las paredes de madera, cada arruga,cada paso, cada movimiento, cada cuchillazo hasta que llegué a mis pies.
Me
sentí tan infeliz por haber pensado que esa pequeña herida que tenía y por la
que había ido a curarme me dejaría inválida.
La anciana me miro y dijo:
"Que
bonitos pies tienes, desearía poder tenerlos para poder ir a abrazar a mis
hijos, ya no se recuerdan de esta viejita"
Una lágrima corrió por mi rostro hasta caer en mi mano, siguió su curso hasta
llegar a mi pies, entonces imaginé que era un cuchillo y estaban siendo cortados para dárselos
a la anciana.





